Algunos días empiezan igual
que otros, te despiertas, te levantas, te duchas, etc. El día de hoy no es un día
como los otros, porque todo a partir de mi forma de despertar ha sido poco
ordinario. Mientras dormía tranquila, un simpático temblor decide mover la
pared encima de mi cabeza, entonces despierto, me levanto y voy a la ventana
donde veo gente en piyama en plena
calle, y como esto no quita mi duda sobre el temblor decido prender mi celular
y conectarme al Facebook para averiguar si alguien ha publicado algún estado
sobre el acontecimiento. Comprobando que
sí, que efectivamente hubo temblor, apago mi celular y me pongo a dormir, o al menos
lo intento, hasta que la simpática roomie de abajo decide llegar a las 6 de la mañana
azotando la puerta y se pone a jugar con
el botón del boiler, gritando con su amiga.
Una vez prendido el bolier y habiéndose ido dicha persona, intento
dormir y lo logro hasta que no llega la señora de la limpieza, que
evidentemente confundió mi casa con un escenario de x factor o la voz y se pone a cantar norteñas tristonas con un
tono de voz parecido a alguien que se está quejando por tener dolores de estómago.
Entonces me rindo y decido levantarme y meterme
a bañar. Una vez arreglada, salgo a
desayunar y me voy a un lugar tranquilo donde puedo leer. O al menos esto es lo
que pienso. Llego y me siento en la terraza del café, donde intento leer, pero
para colmo hay un señor que decide interrogar a su esposa sobre cada detalle
presente en la cafetería y en el mundo y después decide darle un sermón sobre
lo malo que es tener vicios. Después de haberse callado, ya podré leer, pienso,
y no, porque una vez que se calla él, otra señora decide quejarse con unos
empleados de una tienda sobre uno malos servicios. Una vez terminado el todo,
la gente se va y me quedo sola leyendo hasta que no vengo interrumpida por un
viejito que se acerca, me invita a un cigarro y se pone a hablar de filosofía conmigo.
Una vez terminado con el me voy al mercado y compro mis cosas y como de
costumbre me pongo a hablar con una señora que me vende la crema de cacahuate,
la conversación dura al menos veinte minutos y pasamos de los hombres ínfleles
hasta el dinero, de malos esposos a robos en las casas, y como me ve cargando
mil bolsas la señora decide amablemente ayudarme a llevarlas hasta mi casa y
cuando le ofrezco un dinero por haberme ayudado se va corriendo al mercado sin
aceptarlo, haciendo de un día que empezó mal un día muy bueno.
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